Una junto a la otra, los caparazones de los edificios en Hashima miran al sol pasar. En su tránsito a través de la cúpula celeste, deja su estampa sobre las paredes —ahora desnudas, sin color— que alguna vez dieron sombra y refugio a los mineros que la residían.
A 15 kilómetros de la zona de Nagasaki, al sur de Japón, la isla alguna vez fue un banderín de industrialización para el país. Hoy, sólo subsisten esqueletos de edificios.
Hashima forma parte del conjunto de 505 islas abandonadas en el archipiélago del Sol Naciente. Con un poco más de 6 hectáreas, fue un lugar de interés minero a finales del siglo XIX, ya que desbordaba en yacimientos de carbón submarinos. En el apogeo de la revolución industrial japonesa, el recurso se tornó en una necesidad para el progreso.
Hacia los años 60, consiguió una población de más de 5 mil 200 habitantes. Todos ellos dedicados a alguna actividad referente a la minería de carbón. Sin embargo, las reservas naturales se terminaron muy rápido. Tan sólo 14 años después, la utilización del espacio no tuvo sentido, porque el recurso ya se había acabado.
Sin trabajo, y con ganas de encontrar mejores oportunidades, los habitantes de Hashima renunciaron a la isla poco tiempo más tarde. Por más de tres décadas, el espacio quedó totalmente inhabitado.
Sin fauna ni flora en concreto, las paredes perdieron su tono original. Los techos se rajaron. Los vidrios de ventanas se rompieron. Los edificios se volvieron esqueletos.
Del desarrollo industrial a la algarabía de turistas atónitos
Con el comienzo del nuevo milenio, Hashima volvió a adquirir interés para Japón. Ahora, como un destino para el turismo oscuro.
En 2002, dejó de ser posesión de Mitsubishi, y se abrió poco a poco al público. Primero, sólo a periodistas que ambicionaban cubrir la historia de la isla fantasma en Nagasaki. Posteriormente, a un creciente número de personas que perseguían ver vestigios de la Segunda Guerra Mundial.
Oficialmente, se abrieron las puertas en Hashima al turismo internacional hasta 2009. El considerable interés que tenían los visitantes por la ciudad fantasma forzó a las autoridades locales a lanzar un plan de protección para este patrimonio abandonado.
Cadenas internacionales de noticias, como CNN, hasta la describieron como uno de los 10 lugares más escalofriantes en el mundo.
Hoy, las ruinas de los parques y áreas públicas de Hashima se anegan cada verano con la algarabía de turistas morbosos. Lo mismo pueden deambular entre hospitales olvidados que en viejas casas particulares, todas vacías.
Aunque las minas de carbón ya no están funcionando, fueron proclamadas Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 2015. Las ruinas en Hashima «representan la primera transferencia exitosa de la industrialización de Occidente a una nación no occidental», dice la institución.
Al sur de Japón, los inmuebles siguen percibiendo el tránsito del Sol sobre la bóveda celeste. Actualmente, al menos, unos cuantos turistas andan por sus calles. En sus semblantes, casi siempre, se traza una sonrisa morbosa.
Yuniet Blanco Salas